Un fin de semana en Malpaís Trece
(Finca "El Guincho", Garachico, Tenerife)
Paulino Alonso Panero |
Vista de la costa y peñón de Garachico desde la casa rural "Malpaís Trece", en la finca "El Guincho". Panasonic DMC-LC70 con Leica DC Vario-Elmarit 5.8-17.4 (equiv. 35-105mm)
f/2.8-4.9. Copyright © 2006, Paulino Alonso Panero.
Este es el pequeño relato de un maravilloso fin de semana que hemos pasado,
entre el 29 de Septiembre y el 1 de Octubre de 2006, en la casa rural "Malpaís Trece", situada en la finca "El Guincho" de Garachico
(Tenerife). Cuatro de las imágenes están extraídas de video DVD en formato 704 x
576 y lógicamente tienen una peor calidad, pero no por ello desmerecen,
cumpliendo perfectamente su fin ilustrativo. El resto están hechas con la cámara
digital Panasonic DMC-LC70 con Leica DC Vario-Elmarit 5.8-17.4 (equiv. 35-105mm)
f/2.8-4.9 y con la cámara de video (en modo fotografía) Panasonic VDR-M70EG con
objetivo zoom - 3.8 mm - 38 mm - f/1.8-2.4. Como de costumbre, todas las imágenes podrás verlas en mayor tamaño
señalando con el ratón en cada una de ellas.
Por último, solo decirte que para cualquier sugerencia o aclaración, no dudes en
escribirme.
Paulino Alonso Panero.
Tenerife, a 9 de octubre de 2006.
ÍNDICE
Siempre quise que mi 53 cumpleaños fuese algo especial, por aquello de los
números y haber
nacido en 1953, así que desde hacía por lo menos un mes llevaba buscando un
lugar, fuera de lo común, donde quedarnos. En un principio estuvimos indagando
entre las ofertas de hoteles de 4 y 5 estrellas, pero después de darle muchas
vueltas, me dije ¿qué diablos hago yo en un sitio como ese? Así pues, le di un
giro de 180º a la investigación, centrándome exclusivamente en los alojamientos
rurales, y es así como, después de darle vueltas, muchas vueltas y hacer muchas valoraciones
-mira que me cuesta- decidimos ir a ver in situ uno de los alojamientos
de la agenda: Malpaís Trece,
situado en la costa de Garachico.
La foto de la derecha está tomada desde los jardines de la casa.
Llegamos demasiado temprano -buena o mala costumbre por mi parte, según como se
mire- y una señora de lo más amable, Dominga es su nombre, y que está con las
tareas propias de la cocina, nos comenta que Pedro, el encargado, no se
encuentra en ese momento. Nuestra intención es ver la habitación que podría
estar libre para el próximo fin de semana y que según parece, se encuentra en un
anexo a la casa principal, a la entrada de la finca y al lado de la iglesia
(foto de la izquierda). Vamos con Dominga a la recepción
y desde allí
telefonea a Pedro, con el que quedamos en vernos sobre la una de la tarde.
Aprovechamos el
intervalo para darnos una vuelta por la Isla Baja y llegar hasta la
punta de Teno, donde nos recreamos con una vista impresionante de
la isla de La Gomera, que en determinados momentos del camino y dada su
cercanía, parece una extensión de Tenerife. Desgraciadamente, con mi impaciencia proverbial, cometo el
error de no llevar cámara alguna, ni de fotos ni de vídeo. Otra de las
desgracias es la muchedumbre con la que nos topamos en aquel entorno
maravilloso, a pesar de ser una hora temprana; no me quiero imaginar lo que debe
ser aquello a la hora del almuerzo.
A la una en punto, llegamos a la Finca El Guincho, y nada más arribar, vemos
unos coches aparcados por fuera de la casa de La Charca, coches que
pertenecen a las señoras de la limpieza y entre las que se encuentra la siempre
presente Dominga. Aprovechamos la ocasión para ver la casa y todas las
habitaciones, saliendo de allí más que satisfechos. Las vistas desde la
terraza (imagen de la izquierda) y desde dos de las tres habitaciones (imagen de
la derecha en párrafo anterior), son increíbles. Después de la visita, vamos a
la recepción para hablar con Pedro, con el que concretamos la reserva para el
próximo fin de semana, insistiéndole en que, dado que es mi cumpleaños, nos
asigne una de las habitaciones con vistas al mar, petición que cumple a
rajatabla.
Nos llega la hora de la comida y decidimos ir al Bar-Restaurante El Guincho,
que como puedes imaginar por el nombre, está justo antes de la entrada a la
finca, a la derecha de la carretera en dirección a Garachico según vienes de
Icod. En la foto de la derecha puedes ver la parte trasera vista desde la casa
de La Charca. La comida es exquisita: de primero, un pulpo de lo más
sabroso, con buen aceite, vinagre y guindilla (unos 9€), de segundo, abadejo
guisado, fresco, fresquísimo (12€ cada uno). De postre, un quesillo. Al final,
la cuenta se monta en unos 45€, ya que te facturan aparte, las papas, el mojo,
el pan y todas la menudencias que te puedas imaginar. ¡Ah! y eso que de bebida,
solo tomamos una cerveza sin alcohol, un vaso de vino tinto y una botella de
agua. En fin, que la comida, fuera de serie, pero el precio... no sé, no sé. Se
me olvidaba comentar que el vino es realmente bueno, de Santa Úrsula según me
comenta el dueño, y por supuesto, la vista excepcional desde la terraza, que es
donde comemos.
Durante toda la semana, hemos estado pensando en esta escapada de fin de semana,
los dos en pareja, sin nuestro hijo Paulino, que con sus 16 años, se va a quedar
solo en casa por primera vez. Después de una celebración de mi 53 cumpleaños, el
jueves día 28, como mandan los cánones, con tortilla española, tarta y velas,
hoy viernes, salimos después de comer, en dirección a Garachico, donde llegamos
sobre las cuatro y media de la tarde. Después de registrarnos, vamos con Pedro a
la casa de La Charca, de 1560, según reza en los mosaicos del muro
exterior, a la derecha de la entrada. Pegada a la casa, se encuentra la ermita
de Nuestra Señora de la Consolación (puedes ver el lateral en la imagen
de la izquierda así como parte de la charca en la esquina inferior derecha), al
igual que la casa, del siglo XVI, y que destaca por la
espadaña que se eleva en el centro de su fachada.
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A la izquierda, puerta de entrada a la casa y al fondo, puerta exterior.
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Porche y gran terraza con preciosas vistas al mar y a la montaña.
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Cocina moderna y muy bien equipada
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Antes de salir, y como es de rigor, deshacemos la maleta, colocamos nuestras
cosas y husmeamos por las distintas dependencias de la casa. En un principio,
cuando fuimos a hacer la reserva por teléfono, nos llevamos un pequeño chasco
cuando Pedro nos dijo que solo tenía habitación en la casa anexa, pero la verdad
es que cada vez me alegro más de habernos quedado en ella, pues tienes todas las
ventajas de la otra casa, en plan hotel, más el añadido de una serie de
instalaciones que, aunque compartidas con las otras dos habitaciones, te dan una
gran independencia.
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Bonito salón con salida a la gran terraza exterior.
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Cuarto de baño.
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Dormitorio
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Aparte del porche y la enorme terraza con unas preciosas vistas y en la que solo
echamos de menos unas cuantas hamacas más, al menos dos por habitación, la
cocina, está de lo más equipada, con todo lo necesario para prepararte la
comida, muy útil cuando vas a tener una larga estancia.
Al salón no le falta de
nada, incluso algunos libros, y todo él, al igual que el resto de la casa, está
decorado con bonitas fotos de época. Las camas, comodísimas, incluso no eché de
menos mi almohada de látex, y lo bien que se duerme escuchando el rumor del mar
en la lejanía y el canto de los grillos.
El armario empotrado, de buen tamaño,
con suficientes perchas y una pequeña caja fuerte. Sí que echamos en falta un
bidet en el cuarto de baño, moda que no comparto y que, por desgracia, cada vez
se está extendiendo más. Excepto este pequeño inconveniente, nada que objetar, pues incluso tiene su
secador de mano -a mi no es que me sirva de mucho, aunque sí a mi esposa- y
espejo de aumento.
Y un detalle que nos encantó: toda la casa, incluidas las
habitaciones, está llena de unos farolillos (foto de la izquierda), de lo más útiles para acompañar una
noche romántica en la terraza, mirando las estrellas, o bien para pasear por las
decenas de caminos que hay en la finca, aunque para este menester, quizás sea
más apropiada la enorme linterna que se encuentra en una de las mesillas de
noche de la habitación.
Nuestro primer objetivo es acercarnos al famoso Charco que incluso
desde la terraza de la casa ya podemos adivinar (foto de la izquierda, tomada a
la mañana siguiente con un sol espléndido). Un
pequeño paseo de unos diez minutos nos acerca hasta el mar. Para ser sincero, he
de decir que esta primera visión nos resulta un tanto decepcionante y tenebrosa
(imagen de la derecha),
quizás debido a que es un poco tarde, a que está nublado, a que estamos solos y
al desconocimiento de la zona. Por todo ello, lo pensamos mejor, no nos metemos
en el agua y tomamos el coche para ir a Garachico.
La villa y puerto de
Garachico
(de la raíz guanche igara -isla- que se une a chico, en honor al
roque de origen volcánico que preside la bahía), como así se le conoce, forma junto con
Los Silos y Buenavista del Norte, lo que se suele denominar Isla Baja. Situada a
66 kilómetros de Santa Cruz, con una superficie de casi 30 km2 y una población
de algo menos de 6.000 habitantes, es, desde mi humilde punto de vista, uno de los
pueblos más bellos de Tenerife, sino el que más. Fundada por el banquero genovés
Cristóbal de Ponte en 1496 (a la derecha puedes ver el mapa realizado por
Leonardo Torriani en 1596, justo un siglo después), continúa siendo un lugar amable, de gran belleza y
sorprendente tranquilidad, dentro del maremágnum turístico que acapara casi toda
la isla. Su puerto fue el más importante de Tenerife durante los siglos
XVI y XVII, debido principalmente al tráfico de mercancías; sobre todo vinos y azúcar.
Pero la erupción del volcán de Trevejo -1.417 metros de altura- o de Garachico, también conocido como
Montaña Negra, que comienza el 5 de mayo de 1706 y que termina
sobre el 13 de junio de ese mismo año, derrama sus coladas hacia el mar por el
cauce de un barranco de gran inclinación, sepultando toda la bahía, principal fuente
de riqueza de la comarca y de la isla de Tenerife. Veamos la crónica histórica
de Don José de Viera y Clavijo en su obra Noticia de la Historia
General de Las Islas Canarias, así como el curioso mapa realizado por
Juan Nuñez de la
Peña sobre los daños ocasionados por la erupción.
"...Pero estaba reservado para un volcán el consumar la obra de su ruina, a que, por decirlo así, habían conspirado los elementos. El día 5 de mayo de 1706 reventó por la cima del alto risco y corriendo arrebatadamente sobre el pueblo aquel feroz torrente de peñas y materia encendida en dos brazos, transtornaba y reducía todo a cenizas. Un brazo tupió el puerto, retirando el mar y dejando sólo un caletón incómodo, aún para los vasos pequeños. Otro abrasó la iglesia parroquial, el convento de San Francisco, el monasterio de Santa Clara y toda la calle de arriba, donde estaban los edificios más suntuosos, de que se conservan nobles fragmentos.
Apenas tuvieron tiempo y valor aquellos habitantes para huir de la nueva tierra de Pentápolis. Mujeres, viejos, niños, religiosas, enfermos, unos a caballo, otros a pie, otros por la mano, otros a rastros, salieron del tropel hacia Icod, cargados de las alhajas más preciosas. Mucho resplandecía en esta catástrofe la generosidad del ayuntamiento, contribuyendo sobre todo con su subsidio para conducir las religiosas a La Laguna; pero mucho más la generosidad del general don Agustín de Robles, que, habiendo asistido con el mayor desvelo al alivio de este desastre, gastó más de 3000 pesos de su caudal para llevar desde muy lejos el sustento a aquellos vecinos errantes y facilitarles caballerías para el transporte. La pérdida fue imponderable y la mutación de terreno espantosa. El "antepecho de las esmeraldas" pareció cubierto de tostadas bayetas. Desaparecieron las viñas, las aguas, los pájaros, el puerto, el comercio y el vecindario."
Aparcamos el coche al lado de la piscina municipal, junto al mar. La idea es
callejear un poco por el pueblo, así como comprar
Autan, por si hubiera
mosquitos en la casa, y más tarde ir a cenar. Enfrente de la piscina, hay un
supermercado, desaconsejable después de lo ocurrido, y que aparentemente es el
único existente en el casco urbano. No tienen el famoso repelente de insectos,
pero compramos dos bolsitas de frutos secos y colonia. Cuando salgo a la calle
me quedo pensativo dándole vueltas a lo que me ha cobrado la señora, pues encima
ni siquiera ha introducido el recibo en la bolsa; deduzco que me ha facturado
las dos bolsitas de frutos secos al mismo precio, cuando una costaba 0,90€ más
que la otra. Así pues, entro de nuevo, le comento lo ocurrido, y noto cierto
nerviosismo en su forma de proceder -sinceramente, creo que actuó de mala fe-
aunque me hace la devolución sin rechistar. Es un fastidio tener que pasar por
este tipo de situaciones, pero te aconsejo que no dudes ni por un momento en
reclamar, porque si no lo haces, te quedas con muy mal sabor de boca. Lo
más triste de toda esta historia, es que, casi con toda seguridad, la señora nos
tomó por forasteros y por ello actuó de esa manera.
Comenzamos el periplo tomando la calle que está justo enfrente de la piscina,
creo que se llama Santa Beatriz de Silva, y después de pasar por dos hoteles
emblemáticos, San Roque y
La Quinta
Roja, emplazado el primero en la antigua casa de la familia Ponte (edificio
reconstruido en el siglo XVIII, calle Esteban de Ponte nº 34) y en la casa
de los marqueses de la Quinta Roja el segundo (en la glorieta de San Francisco, reconstruida en el siglo XVIII
después de la famosa erupción de 1706), llegamos a una preciosa plaza o glorieta
con varios edificios de solera: El ex-convento e iglesia de San Francisco de
Asís, del siglo XVI (edificio amarillo en la imagen de la izquierda), el
ayuntamiento de estilo neoclásico (edificio de color salmón en ambas imágenes) y
la Casa Palacio de los Condes de la Gomera o Casa de Piedra, siglos XVI-XVII y
reconstruida después de la famosa erupción (imagen de la derecha).
Justo al lado, tenemos la plaza de la Libertad, con unos bonitos jardines y un templete construido en 1912, cuya parte baja está ocupada por un quiosco.
En un extremo de la plaza se levanta un monumento al venezolano Simón Bolívar.
Pasada la plaza nos encontramos con la iglesia matriz de Santa Ana (puerta en la
imagen de la izquierda). Este bello edificio religioso fue fundado por Cristóbal
de Ponte en 1520, y a pesar de que sufrió graves daños durante la erupción
volcánica de 1706, los cimientos fueron aprovechados para su posterior
reconstrucción. La obra de cantería se terminó en 1541; la fachada, de gran
elegancia, combina elementos platerescos y renacentistas. El interior destaca
por la armónica distribución de arcos y columnas, así como por el artesonado
mudéjar. En la foto del párrafo siguiente puedes ver la torre del templo.
Una vez pasada la iglesia, seguimos por la calle Francisco Montesdeoca
(a la izquierda en la imagen de la izquierda) para desembocar en la plaza de
Juan González de la Torre (imagen de la izquierda), antesala del parque de la
antigua Puerta de Tierra (imagen de la derecha). Este parque conserva la
estructura pétrea que tenía como fin controlar a los pasajeros y mercancías que
entraban y salían por el puerto. Su antigüedad se remonta a los inicios del
puerto de Garachico. En los jardines existe un viejo lagar que perteneció a la
hacienda de San Juan Degollado, y se ha creado el llamado Rincón de
los Poetas.
Muy cerca de esta plaza, el tiempo se detiene en rincones como el callejón de Venus (en
ambas fotos), zona de tránsito entre casas solariegas de inconfundible
arquitectura canaria. A todo esto, seguimos buscando un restaurante que nos ha recomendado
nuestro amigo
Juan Andrés. Por desgracia, me olvido del papel donde lo tengo apuntado y la
única referencia que recuerdo es la de ser un restaurante de comida típica
llamado casa nosequé. Lo más parecido que vemos es
Casa Ramón, en la
calle Esteban de Ponte nº 4, pero cuando llega la hora de la cena nos
encontramos con la sorpresa de que está cerrado. Observamos que buena parte de
los numerosos restaurantes de Garachico cierran por la noche. Cuando llegamos a
la casa veo que el nombre del restaurante recomendado es Casa Miro, pero
dificilmente lo
hubiésemos encontrado ya que su verdadero nombre es
Restaurante Asadero Daute;
supongo que ya tendremos ocasión de conocerlo.
Ya casi de noche y antes de llegar al coche nos paramos a contemplar el
castillo de San Miguel (imagen de la derecha), el otro símbolo de Garachico
junto con el peñón. Es una fortaleza de planta cuadrada, cuya fecha de fundación
debe considerarse la del 25 de Julio de 1575, cuando la Real Cédula de Felipe II
autorizó al alcalde del lugar y más tarde regidor de Tenerife, Fabián Viña
Negrón, a llevar a cabo los trabajos de construcción. La puerta de entrada
muestra diferentes escudos: en la zona central, como blasón principal y de mejor
talla de todo el conjunto, aparecen las armas heráldicas del emperador Carlos I
de España y V de Alemania, usadas también por su hijo Felipe II. Muy cerca,
tienes las piscinas naturales de El Caletón, especie de dique de lava
que, incluso cuando el mar está revuelto, abriga la playa y permite un baño
tranquilo. Acabamos la noche cenando en el Restaurante El Guincho, donde ya
habíamos estado almorzando una semana antes. Esta vez, tomamos algo más ligero:
una ensalada riquísima, con aguacate y diversas frutas, y el consabido pulpo,
todo ello acompañado del magnífico vino tinto de Santa Úrsula. En total 17,50€.
En contra del pronóstico del tiempo que había visto en distintos medios
-mira que me gusta programar hasta el último detalle- el día amanece soleado,
magnífico. El desayuno nos espera en las dependencias principales de Malpaís Trece,
apenas tres minutos andando desde la vieja casa de La Charca,
donde nos estamos quedando.
Toda la finca y el entorno es un auténtico vergel. La casa principal, si mal no
recuerdo, son en realidad tres edificios tipo chalet, por donde se reparten los
ocho dormitorios, tres preciosos y acogedores salones, un comedor de lo
más artístico, y otras dependencias de servicio como la cocina, recepción, etc.
Y por supuesto, todo ello rodeado de unos cuidadísimos jardines y terrazas con
unas vistas maravillosas.
Cuando llegamos al comedor, la mayoría de los huéspedes, todos ellos alemanes, están
tomando el desayuno o bien ya lo han hecho y están de tertulia, unos afuera en la terraza,
la mayoría, y otros, los menos, en el interior. Por allí vemos al matrimonio mayor que también está
alojado en la casa de La Charca; él, con su sempiterna pipa en la boca o
bien en el bolsillo trasero del pantalón, me recuerda una enormidad al actor y
director de cine Jacques
Tati en sus inolvidables interpretaciones del personaje de Monsieur Hulot.
La noche del viernes, me resultó curioso observar como al entrar en la casa y
antes de dirigirse a la habitación, había dejado la pipa, todavía caliente,
según pude comprobar, encima de la mesa de la cocina, supongo que para no
importunar a su esposa.
Tomamos
sitio en una de las dos mesas comunes para ocho personas que hay en el comedor, con vistas al mar. Al
principio, andamos un poco desorientados con el sistema de desayuno y el
funcionamiento de la cafetera-termo y otros utensilios, así que poco a poco y
fijándonos en lo que hacen los demás, vamos entrando en materia. El caso es que nos pusimos como lechones. Por haber, hasta había un exquisito
gofio, que por
desgracia al día siguiente se acabó. Y para rematar la faena, unos sabrosos
plátanos, como no, de la propia finca; plátanos con una curiosa forma semi-apaisada
que nunca habíamos visto. Solo echamos en falta alguna bollería o pastas
típicas de la zona. Con lo que desayunas, prácticamente aguantas hasta la hora
de cenar.
Cuando salimos del comedor, damos un paseo por los jardines, para recrearnos la
vista y disfrutar de la preciosa mañana. La finca tiene decenas de caminos por
los que pasear y que te llevan a lugares que ni te los imaginas; mejor
será que los descubras por ti mismo. Me estoy mordiendo la lengua, o en este
caso los dedos de las manos, porque prefiero no desvelar las maravillas que por
aquí se esconden ¿Te he puesto los dientes largos? Todavía nos parece mentira la
experiencia vivida durantes estos dos días, pues nunca imaginamos que pudieran
quedar en la isla lugares como este, fuera de los circuitos turísticos
habituales.
La idea que tenemos es aprovechar la mañana para conocer un poco más a fondo la
Isla Baja y acabar comiendo en un restaurante, en Los Silos, que nos ha
aconsejado el amigo Juan Andrés. Como veremos un poco más tarde, solo una parte
de los planes se cumplirán. En primer lugar, y todavía en el término municipal
de Garachico, hacemos una parada en
La Caleta
de Interián (imagen de la derecha), núcleo pesquero cuyo nombre recuerda al
genovés Agustín de Interián, beneficiado en el reparto de tierras al término de
la conquista. Tiene una playa de cayados y arena negra bastante aceptable y con
un entorno muy bien urbanizado. Para los que estén acostumbrados a repostar
combustible en las estaciones de servicio BP,
por aquello de los puntos, antes de llegar a Los Silos hay una en el margen
izquierdo de la carretera.
Nuestra próxima parada será
Los Silos, cuyo nombre
recuerda los tres depósitos de cereales que, tras la conquista de la isla,
construyó el portugués Gonzalianes. El centro histórico de la villa está
determinado por la plaza de La Luz, frente a la que se sitúan los
edificios más significativos: la iglesia de Nuestra Señora de la Luz, el
convento de San Sebastián y el ayuntamiento. En la plaza, al igual que ocurre en
buena parte del norte de la isla, se alza un quiosco de estilo art nouveau.
La iglesia de Nuestra Señora de La Luz (imagen de la izquierda) con
fachada de estilo gotizante, se construyó en 1926. El interior conserva la
huella fundacional, que se remonta a los últimos años del siglo XVI. Buscando
algún sitio donde comprar dulces típicos para llevarle a nuestro hijo Paulino,
vemos, muy cerca
de la iglesia, una sucursal de la tan renombrada pastelería El Aderno,
cuya casa matriz está en Buenavista, y que a mi personalmente me decepcionó,
pero ya se sabe que para gustos están los colores. En fin, demasiada
sofisticación, algo así como la abominable nouvelle cuisine.
Junto a la plaza de La Luz, parte la carretera que conduce a la costa de Los
Silos y a las piscinas municipales. Por esta carretera, en el margen izquierdo
y antes de llegar a las piscinas, está el sitio que nos han aconsejado para
comer: Tasca El Mocán, (foto de la derecha) que desgraciadamente está cerrado por
vacaciones. En su momento, el amigo Juan Andrés me comenta de que se trata de
cocina creativa, lo cual ya me pone en guardia, pero al ver el tablón con el
menú, al lado de la puerta de entrada, lo cual me parece una costumbre de lo más
loable, y observar los platos y los precios, cambio radicalmente de opinión;
solo me faltará para confirmarlo probar algún día tan apetitosas especialidades.
Seguimos camino hasta llegar a
Buenavista del
Norte, en el extremo noroccidental de la isla de Tenerife, a 71
kilómetros de Santa Cruz. La villa está presidida por la iglesia de Nuestra
Señora de los Remedios (imagen de la izquierda, por desgracia sobrexpuesta),
construcción arquitectónica de comienzo del siglo XVI pero que no alcanzó hasta
el siglo XVII su estructura actual, siendo la torre del XIX. Actualmente está en proceso de
reconstrucción tras el voraz incendio que la asoló el 22 de junio de 1996 y que
acabó con casi cinco siglos de patrimonio cultural y espiritual.
Frente al
templo podemos ver la plaza de los Remedios (imagen de la derecha, también sobrexpuesta), con su correspondiente quiosco,
y lugar de cita habitual de los vecinos de la villa.
Al final hemos decidido ir a comer a Garachico, pero antes de volver al coche
entramos en la ya citada pastelería El Aderno, por ver si encontramos
algo diferente a la de la sucursal de Los Silos, pero con el mismo resultado
negativo. Y en esto que cuando estamos caminando calle Alhóndiga arriba, nos
topamos con dos viejos amigos desde 30 años ha, Landi -no dejes de visitar su
Web de fotografía
digital- y su esposa, Manie. Curiosamente, también se están
quedando en la finca El Guincho, pero en los apartamentos
Las Terrazas.
Decidimos ir con ellos a darnos un baño en el famoso charco para después
acompañarles al apartamento y comer juntos.
Nunca estaremos lo bastante agradecidos por este reencuentro pues gracias a
ellos hemos podido conocer lugares increíbles que seguramente, por nosotros
mismos, dificilmente hubiésemos descubierto en tan poco tiempo. El día está
soleado y el baño en el charco (imagen de la izquierda, prometo que es la última
que está sobrexpuesta) va a resultar una auténtica delicia. Es conveniente,
incluso diría que obligatorio, llevar unas sandalias o algo parecido, que se
amolden al pie, pues la entrada es un poquillo complicada, pero si yo que soy
bastante patoso pude hacerlo, seguro que tú también. Al final, una vez dentro
del agua y con mucho gozo, decido quitarme el bañador, ya que el elástico ha
cedido y me resulta bastante incómodo tener que sujetarlo continuamente para que
no se me escurra entre las piernas y perderlo.
Después del baño, recorremos otros lugares maravillosos -por eso lo de
titular a este capítulo el paraíso- sobre los que he prometido guardar
secreto celosamente y siento no poder explayarme sobre ello. Los apartamentos
Las Terrazas, como dije anteriormente, también están dentro de la misma
finca, en un emplazamiento fascinante, con las plataneras a tiro de piedra, casi
de las manos. Ya son cerca de las cuatro de la tarde; yo,
personalmente, después del desayuno pantagruélico, no tengo hambre alguna, pero
como dice el refrán: comer y rascar, todo es empezar. Manie prepara una
gigantesca ensalada, de lo más ingeniosa y apetitosa, como puedes ver en la
foto, y todo ello acompañado de un buen vino blanco fresquito de El Palmar
(caserío perteneciente a
Buenavista del Norte).
Nuestro plan para la noche es cenar en Malpaís Trece -ojo, hay que
decirlo el día antes- y después pasar la velada tranquilamente en la terraza de
la casa, eso
sí, acompañados de una buena botella de champán francés, que la ocasión bien lo
merece. Sin duda, esa es una de las grandes ventajas de la casa de La Charca: el
tener un frigorífico, como mandan los cánones, con congelador incluido. La cena
comienza a partir de las siete y media de la tarde, pero después de todo lo que
hemos comido durante el día, ciertamente no apetece ir tan temprano, así que,
desde la terraza, aprovechamos para disfrutar de una encantadora puesta de sol
(imagen de la izquierda).
Llegamos al comedor (imagen de la derecha, extraída de video DVD en formato
704 x 576) pasadas las ocho de la tarde. Para los españoles, tan
individualistas como somos, es un poco complicado acostumbrarse a compartir mesa
con otros comensales a los que no conoces absolutamente de nada y que encima no
hablan tu idioma. Ciertamente, hubiéramos preferido una mesa íntima para nosotros
dos, pero esto es lo que hay, para bien o para mal, y después de todo, la
experiencia no resulta tan mala. Especialmente porque, vaya sorpresa, uno de los
supuestos alemanes es una señora peruana de lo más agradable, que vive en el
Puerto de la Cruz, y
que ha sido invitada a cenar por uno de los matrimonios alemanes que está en la
mesa. Como no me gusta engañar a nadie en mis apreciaciones, he de decir que la
cena, para los 18€ que cuesta por cabeza, está más o menos bien pero tampoco es
para echar cohetes: un
seis y medio sobre diez. De primero, un potaje de verduras, bastante aceptable.
De segundo, una especie de pastel de carne, creo que de lomo de cerdo, acompañado
de dátiles, higos y otros frutos secos por el estilo, y menestra de verduras. De
postre, unas natillas, demasiado light para mi gusto. Y como bebida, un
Valdepeñas del año, de las bodegas de
Félix Solis,
simplemente correcto. La velada acaba en la terraza de la casa de La Charca,
con el acompañamiento del champán, del farolillo mágico y de una noche
estrellada ¿Qué más se puede pedir?
El día amanece esplendoroso. Llegamos al comedor para desayunar algo más
temprano que ayer y se agradece, pues tenemos todas las cosas a nuestra
disposición sin tener que hacer cola alguna. El poco de pan que me queda del
desayuno se me ocurre guardarlo para dárselo a los habitantes de la charca,
detalle que los animales agradecen. Eso sí, procuro que cada uno de los cinco
patos tome su correspondiente ración, lo cual consigo lanzando los trozos al
agua con gran precisión. Con una grandísima pena, dejamos Malpaís Trece, pero con
un solo pensamiento en la cabeza: VOLVER.
Para regresar a casa, dudamos entre tomar la ruta rápida por
Icod de los Vinos y
Puerto de la Cruz, o bien la más
espectacular, dando un buen rodeo, por El Palmar, Masca y
Guía de Isora,
para ya enlazar con la TF1 poco después de
Adeje. Al final -un gran acierto- nos decidimos por la
segunda. Hacemos una pequeña parada nada más pasar Garachico, en el mirador de
Risco Partido, (imagen de la derecha) donde puedes dejar el coche, si es
que encuentras sitio, en el aparcamiento del restaurante. Incluso si está todo
ocupado te aconsejo pares un momento pues de verdad que vale la pena. Antes de
abandonar Garachico quiero dejar constancia, por si te puede
servir, de otros dos restaurantes que nos aconsejan Landi y Manie:
Restaurante Casa Gaspar enfrente del muelle de Garachico y
Restaurante Ribamar, entre Garachico y Los Silos, en la parte derecha de
la calzada yendo hacia Los Silos.
Llegando a Buenavista, nos desviamos a la izquierda en dirección a El
Palmar, Masca y Santiago del Teide por la TF-436; está bien indicado. Ojo con la carretera
(la que está a la izquierda del mapa), en
caso de que marees, pues hasta Santiago del Teide son 22 kilómetros de curvas
endemoniadas; de cualquier forma, la belleza del paisaje merece la pena. Todavía tenemos en mente
la compra de dulces o algo típico de la zona para llevarle a nuestro hijo
Paulino, y la suerte nos acompaña, pues al poco de tomar el desvío, vemos un
cartel que indica Mercado del Agricultor en El Palmar,
caserío que da nombre a este precioso valle (imagen de la izquierda tomada de DVD vídeo). Pasado el segundo núcleo urbano, a la derecha de la calzada, vemos
el cartel indicándonos la entrada al mercado. No hay muchos puestos, pero sí los
suficientes para comprar todo lo que tenemos en mente y alguna cosilla más: unos
cuantos dulces típicos, pan de ajo, requesón de leche de cabra y vino blanco de
El Palmar. De verdad, no pierdas la oportunidad, pues todo está exquisito.
La carretera sigue su curso sinuoso. Está muy mejorada en relación a como estaba
hace años, pues el firme está en perfectas condiciones y de vez en cuando hay
unos apartaderos, que antes no existían, para dejar pasar a los vehículos que
tengan más prisa. Y después de muchas, muchísimas curvas, por fin llegamos al
valle de Masca (imagen de la derecha). Este valle, situado a unos 20
kilómetros del casco urbano de Buenavista del Norte, se abre hacía el mar en un
impresionante barranco de unos 5 kilómetros de longitud con paredes verticales
de más de 500 metros de altura y que tiene una playa de arena negra en su
desembocadura. La vista más espectacular del valle la tienes en el primer
mirador viniendo de El Palmar, donde creo recordar hay un bar.
Y por fin llegamos al caserío de Masca, última parada antes de volver
a la civilización urbanita y de alguna manera, antesala, por similitud de
paisaje, de la cercana isla de la Gomera. Sin duda que este lugar nos trae muy
buenos recuerdos, de cuando 23 años atrás -increíble pero cierto, se podía
acampar- pasamos unos días acampados en una explanada al lado de la ermita. Hoy
en día algo así es impensable, pues se ha convertido en una atracción turística
más, aunque aparentemente sigue manteniendo su tipismo tan particular. Por
cierto, un consejo: procura no llegar demasiado tarde en la mañana pues lo más
probable es que no encuentres sitio para dejar el coche en los aparcamientos que
hay bordeando la carretera, sobre todo si es fin de semana o día de fiesta.
Vamos dejando Masca detrás de nosotros pero seguimos viendo huellas de la
invasión turística: no te asustes, que no es para tanto, pero es que no se me va
de la cabeza la imagen de lo que era este lugar paradisíaco veinte años ha. Toda
la carretera es un continuo sube y baja, con decenas de curvas, a cual
más cerrada, y de repente, asomando por entre las cumbres, se nos aparece la,
más que cercana, isla de la Gomera (imagen de la izquierda). Y curva tras curva
y cuesta tras cuesta, al final llegamos a
Santiago del Teide,
dando gracias por no habernos encontrado de frente a ningún autocar de turistas
que, dada la estrechez de la carretera, con casi toda probabilidad nos hubiera
supuesto tener que recular hacia atrás. Ya de vuelta en casa, nos encontramos
con el alegre y cariñoso recibimiento de nuestro hijo Paulino y del viejo Dexter,
y lo más importante: casi todo está en orden.
<<< F I N >>>
Copyright © 2006-2010, Paulino Alonso Panero. Reservados todos los derechos.
Última revisión:
05-02-2010.
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