El Barranco de Badajoz
José Antonio Moreno Fernández
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Mi amigo Daniel, el presidente de la cooperativa vitivinícola de
Güimar me llamó, quería que le acompañara a visitar a un productor que tenía su cueva en el
barranco de Badajoz.
Todos en Tenerife saben lo que hay en el barranco de Badajoz y no me
refiero ni a los ovnis ni a los fenómenos paranormales que se publican
en las revistas, pura fantasía. Sabemos que suceden cosas que guardamos
en nuestro recuerdo porque son ciertas, pero los libros de ciencia no
los pueden recoger. Esas cosas carecen de parámetros que permitan su
repetición en el laboratorio, por eso, los hombres de ciencia no las
pueden demostrar y reniegan de ellas en sus libros. Tanto ellos, los
hombres de ciencia, como nosotros, sabemos que están ahí, que de cuando
en cuando se manifiestan y nos recuerdan que todos procedemos de algo
mágico y desconocido.
Daniel repetía la misma visita que hacía todos los años, y sabía
que el resultado sería igual que todas las veces anteriores. Quería,
como el resto de bodegueros de la comarca, que esta familia, la de los
Íncubos le llaman, se asociara a la cooperativa. «Crían un vino muy
especial -me dijo-, es algo más que vino pero no te voy a decir la
cursilada esa de que es un néctar de dioses, es diferente. Te aseguro
dos cosas, que no se asociarán a la cooperativa y que jamás beberás
nada igual».
El todo terreno circulaba con la reductora, tampoco era para tanto,
el barranco de Badajoz es escarpado pero la pista, aunque tiene piedras
sueltas, se deja transitar sin alardes. En la pequeña explanada que da
a la cueva estaba el sobrino de Argelio, el propietario de la finca,
nos vio venir de lejos y nos esperaba cordialmente.
«Buenas tardes Don Daniel y la compañía, imagino a qué vienen
ustedes, miren nos sentamos en estas sillas y bebemos un poco del Vino.
Mi madre estuvo hoy toda la mañana metida en la cocina y podremos comer
algo de lo que preparó como enyesques.
»Ya sé que desde hace tiempo los de la cooperativa le insisten en
que hable usted con mi tío para que les cuente el secreto de su Vino,
también sé que alguno de los vecinos, que son de la cooperativa, han
hablado con él y le han pedido claramente que participe en la empresa y
se asocie, que su colaboración mejorará los vinos de los demás y la
denominación de origen obtendrá así mayor reconocimiento. Sé que le
expusieron que los de la bodega de Ayosa
consiguen vender sus caldos a un señor de Noruega, el mismo que probó
los nuestros, pero que se inclinó por los otros. Entiéndame, Don
Daniel, no es que mi tío no quiera que prospere la villa con sus vinos,
es que no podemos asociarnos porque las cosas no pueden ser de otra
manera.
»La verdad es que el Vino no tiene secreto, o mejor dicho, el
secreto es conocido por todos los del valle, pero nadie quiere
creérselo aunque todos lo cuentan como auténtico.
»Mi tío tiene su cueva en el barranco de Badajoz, al igual que
otros muchos vecinos que le imitaron para conseguir un vino igual, que
no les sale. La mezcla de uvas no se la voy a repetir, la conocen todos
ustedes y es la de verdad, no hay trampa ni cartón, y en las barricas
donde se cría el Vino tampoco está el secreto, son las mismas que todos
compramos en el almacén.
»Por eso, como no hay nada que descubrir, el que mi tío entre o no
en la cooperativa no va a mejorar los vinos de los demás, que el
consejo regulador registre o no las botellas de mi tío no dará más
calidad al sello, las cosas son como son y nosotros no podemos
cambiarlas.
»Don Daniel, usted sabe, igual que yo, que a nosotros, a mi
familia, nos dan de mote los Íncubos, espere que le rellene el vaso,
este Vino es otra cosa. Muchos creen que el apodo nació cuando lo del
arreglo de las galerías de aguas del barranco allá por 1912, cuando los
operarios llamaron a la Guardia Civil por las cosas misteriosas que
sucedieron durante las obras. Pues no, nosotros somos los Íncubos desde
hace mucho más tiempo, y a ciencia cierta no le sabría decir desde
cuando. Pero sí sé que la familia siempre ha tenido este Vino, este
Vino y los Seres Blancos van juntos y con ellos nuestro mote.
»Algunos aventuran que la relación que mi familia tiene con los
Seres Blancos es anterior a la llegada de las vides a esta tierra.
Dicen que los Seres Blancos ya conocían a nuestra familia en los
tiempos de los guanches, y que estos maceraban entonces algún
espirituoso, tan especial como este Vino, para sus ceremonias. Pero
esto es otro cantar, ahora estamos en nuestro consejo regulador y la
cooperativa.
»Nosotros tenemos las mismas vides que el resto de los vecinos, en
terrenos más altos quizá, pero, en sustancia, iguales. Las abonamos y
cuidamos como todos, colocamos las horquetas y sulfatamos a la vez que
los demás, todos nos ven. Vendimiamos en las mismas fechas de
septiembre y obtenemos el mosto en nuestra cueva, como hacen todos los
cosecheros en sus cuevas, que también están en las lindes del barranco
de Badajoz.
»No me pregunte lo que ocurre después de la cosecha, que no lo sé,
a partir de ese momento es mi tío, y sólo mi tío el que maneja la uva y
prepara la fermentación. De verdad, nadie de la familia de los Íncubos
entra desde ese momento en la cueva, sólo mi tío, sólo él nos llama
cuando ha nacido, y podemos probar el Vino nuevo, este que ahora
tomamos. Nunca, ni de chicos, nadie nos explicó que no debíamos entrar
en la cueva. Todos los Íncubos sabemos lo que debemos hacer sin que nos
cuenten nada. Mis hijos, que son niños, no juegan cerca de la cueva
cuando el Vino está fermentando, ni su madre ni yo les hemos dicho
nada, ellos ya lo saben, y buscan su entretenimiento en otro lugar. Lo
que ocurre en la cueva durante la fermentación sólo lo sabe mi tío,
bueno, mi tío, usted, y todos los de valle, pero ninguno nos lo
queremos creer y yo debo hacerlo porque a mí me corresponde el
sucederle, soy el varón de la familia más próximo.
»Espere, deje que sirva en estos vasos de cristal más fino, mire el
Vino, ahora está jugando con la luz. Después de ver esto no me diga que
se puede escribir en una etiqueta pegada a la botella eso de “color
rubí con iridiscencias”, además de pedante no es descriptivo, tendría
que poner “disfrutar a través de la luz”.
»Este Vino es el hijo de los Seres Blancos, es el recuerdo de su
luz. Don Daniel, no me mire con esa cara de asombro porque usted sabe
que es así, que no digo disparates, mi familia me ha dado estudios en
la península y tengo diplomas en mi despacho, no voy por ahí contando
historias extrañas de Atlantes, de hechizos, de Seres Blancos, ni de lo
que vieron los operarios en 1912, simplemente le digo que vea la luz en
el Vino y que usted también crea.
»¿Lo de la sucesión?, le cuento, ni quiero dejarle en la intriga ni
deseo hacerme el interesante. Mi tío, usted sabe, es soltero, no tuvo
ni novia ni amoríos, y en su época eso provocó no pocos comentarios,
dimes, diretes y veladas acusaciones en el pueblo. La verdad es que él
supo desde chico su destino, que era Íncubo, y asumió su papel, su rol
como dicen ahora, y no probó mujer, se reservó para su matrimonio con
los Seres Blancos en la cueva, como lo hacemos el resto, para la noche
de bodas. Por eso no tiene otra descendencia que no sea este Vino, y
por ley de vida es a mí al que le toca sucederle.
»Mire, mi familia tiene un pacto con los Seres Blancos que no puede
romper, no es que haya una maldición, no, ni existe ninguna amenaza por
incumplir, es muy simple, nosotros debemos continuar la alianza para
que nazca el nuevo Vino. A veces se producen fallos en el pacto y se
organiza algún jaleo, ya sabe: la niña de San Juan que fue a buscar
peras, se durmió bajo una higuera y despertó después de muchos años, o
el disparate de los operarios de 1912...en fin, son lapsus de la
relación que a veces trascienden fuera de la familia, pero lo normal es
que sólo obre el milagro al cumplir las fechas, que en otoño se abran
las barricas y el Vino nuevo llene los vasos. Para eso la alianza debe
continuar.
»Mi tío me llama a veces para que sirva unas cuartillas en la
cueva. Quiere que estemos los dos nada más, quiere saber hasta qué
punto sólo creo en la ortodoxia científica, la que he estudiado en la
universidad, quiere saber si creo en otras cosas, si soy capaz de amar
a otra mujer además de a mi esposa, si deseo tener otro hijo además de
mis hijos, si los Seres Blancos pueden confiar en mí, en fin, si quiero
que siga naciendo el vino cada otoño y que se repita al ciclo, si creo
en los Íncubos.
»Don Daniel, no me mire de esa manera, usted sabe que es cierto,
que este Vino es el hijo de un Ser Blanco y de mi tío, y que tarde o
temprano me tocará quedarme sólo en la cueva del barranco de Badajoz
durante la fermentación, que de mis amores se producirá el milagro y
nacerá un nuevo Vino. Beba el Vino, que a nadie negamos, pero admita
que es imposible que entremos en la cooperativa y que no sirve de nada
acuñar estas botellas con el sello del consejo».
Copyright © 2006 José Antonio Moreno Fernández. Reservados todos los derechos.
Diseño de la página y revisión del texto, Paulino Alonso Panero.
Última revisión:
29-11-2016.
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